jueves, 5 de febrero de 2009

Hágase la luz


El Colegio de Ingenieros recomienda que una habitación bien iluminada debe tener unos 200 lux como mínimo. Para ping pong de entrenamiento también. Si es una competición de ping pong se precisan 500 lux. En un torneo de ajedrez también se precisan unos 200 lux.

Desgraciadamente, no siempre tenemos unas condiciones de juego completamente adecuadas y es que los organizadores hacen lo que pueden. Así, por ejemplo, el Social Diagonal Mar anda algo escaso de luz pese a su brillante organización. Nada que no podamos suplir entre todos con la ilusión de jugar y pasar un buen rato con nuestros amigos.

La luz a veces falta, como aquella ocasión en la que un apagón dejó a oscuras el Vila de Poblenou y todos tuvieron que jugar con las luces de emergencia. Bueno, todos salvo Jordi Sabater, que tuvo que posponer su partida porque Ríos Torondell, su gesticulante rival, afirmaba no poder jugar en semejantes condiciones. Un sibarita. La partida se aplazó y, pese a que Ríos Torondell lo análizo todo con su ordenador en casa, no pudo evitar la derrota porque aplazó con pieza de menos. Sabater won.

Otra anécdota lumínica me ocurrió en el Collblanc, donde siguiendo las máximas de Ruy López, abrieron las ventanas para disputar el match contra nosotros de manera que la luz del sol impactara de frente contra nuestras sensibles retinas. Por supuesto, hubo quejas y la ventana se cerró.

Otra todavía más retorcida acaeció en el extinto club 7 a 9 en el que nos hicieron jugar en unas mesas... de poker. Este tipo de mesas, con pelusilla de color verde, suelen tener unas lámparas muy bajas para que uno pueda ver con detalle sus propias cartas. Pues bien, las mesas estaban accidentalmente movidas de manera que, cuando uno pensaba, notaba como lentamente se le freía el cerebro con el calor que emetían las condenadas lámparas. Corría el año 1989 o 1990...

Y es que encontrar la medida justa de luz no siempre es fácil, pero se perdona cuando el desajuste es involuntario. Otra cosa es cuando te sumergen en la fría oscuridad o en la más agobiante luz a posta. Y es que, en la guerra, todo vale.

1 comentario:

Jordi Sabater dijo...

Recuerdo que todo el mundo accedió a jugar en la sala de abajo (con luz) salvo Rios Torondell, que no tenia bastante con golpear al reloj y gritar a los árbitros. Así pudo analizar toda la noche con su amigo Fritz como se pierde con pieza de menos. Mejor no lo cuento todo, pero los árbitros no se impusieron ante semejante atropello, y tuve que jugar al dia siguiente mañana y tarde. No volveré a jugar ese torneo mientras el árbitro ese trate como divos a los tramposos y como a perros a los que no nos quejamos para tratar de ayudar a la organización. Menudos pajarracos.