Ajedrez sin humo y sin grados

Sin duda, los más viejos del jugar recordarán que hace años, cuando yo era niño, se podía fumar, beber y no sé si hasta más cosas en la sala de juego de cualquier torneo. Los torneos, mayoritariamente nocturnos, eran un hervidero de humos, nieblas y toda clase de vapores -al estilo Londres de Jack el destripador-.

Antaño se podía beber alcohol y recuerdo también, como siendo un chaval, mis rivales iban llenando la mesa de medianas consumidas hasta que uno no sabía dónde poner las piezas que mataba.

No recuerdo si las razones de tales prohibiciones fueron sanitarias, que se considerara deporte al ajedrez o una cruzada personal de los directivos de la FCE -no me queda claro si ocurrió con Flores o ya con Ayza- pero el hecho es que, tras algunos estertores del colectivo fumador, los pitillos y las cervecitas han sido desterrados sin mayores problemas. La gente se acostumbró y, cuando uno vuelve del torneo a casa, sus pulmones siguen sin acumular cáncer de pulmón y la ropa no apesta a burdel de carretera.

Si ocurrió con los clubes de ajedrez, ocurrirá también con los bares.