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El triunfo, la gesta, te proporcionan autoestima, el respeto de tus amigos y el temor de tus rivales, incluso, una vana promesa de inmortalidad. Como si el eco de tus jaques resonara por siempre jamás entre las paredes del club.
Si ese momento sagrado -el de la victoria- se pierde en el olvido, todo deja de tener sentido. Y es que todos jugamos para GANAR. Y una victoria no recordada, no es una victoria.
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