La crisis aprieta a la FIDE y, en busca de más dinero para sus arcas, ha decidido subir ciertas cuotas de poco más de tres euros a 30 en algunos casos. La medida, síntoma de desesperación, es una muestra de la mala gestión que está haciendo con el tema de las licencias. Sorprende mucho que mientras ciertos países como España rozan las 9000 licencias FIDE, la superpoblada China no llega ni a 200. Si las tarifas suben, lo único que ocurrirá es que las cifras y las desigualdades se recrudecerán más.
Hay países cuyos jugadores compiten en la FIDE por deporte y hay otras federaciones que da la sensación de que federan por la FIDE solamente a los que puedan ganar dinero en torneos y los demás, la masa de aficionados anónimos, se limita a jugar torneos que no computan para la FIDE. Es un fracaso mayúsculo no haber conseguido que haya más ajedrecistas federados en todo el mundo.
Esta desproporción de licencias irrita más cuando vemos que, cada vez que hay elecciones por la presidencia, el presidente de Kalmikia hace sonar la corneta y todos los reinos de taifas que le apoyan, con media docena de federados, le perpetúan en un trono que no aprovecha para el bien del ajedrez. Este juego no necesita tanto grandes campeonatos del mundo ni circuitos de ajedrez profesional para medio centenar de personas sino lo que necesita desesperadamente es engrosar la masa de federados para crear y consolidar una mayor demanda del ajedrez en los medios. Los edificios deben comenzarse por los cimientos, no por el tejado.
El ajedrez se muere. Y lo está haciendo porque cada vez interesa menos. Antes la gente conocía quién era Fischer, Karpov, Kasparov... Desde la derrota del Ogro ante Deep Blue la gente no ha sabido mucho más. Las batallitas de Anand, Carlsen, Ponomariov o Khalifman, por citar a algunos, no han existido para el gran público. Nos estamos convirtiendo en un parchís sin dados.
Los países que más pagan deberían dar un portazo y rebelarse, no dejar que cuatro gatos del tercer mundo que no aportan dinero ni federados sigan marcando el destino del resto. ¡Qué fácil es seguir votando en todo el mundo que los cuatro países de siempre les paguemos todo!
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