Marcel Duchamp está frente al tablero de ajedrez, muy concentrado en una partida contra (o con) una joven completamente desvestida, sentada en el lado opuesto. La escena captada en esta fotografía se desarrolla en una sala del Pasadena Art Museum (California) el 18 octubre de 1963, con ocasión de la primera exposición retrospectiva que se le dedicó al artista, apenas cinco años antes de su muerte. Todos los testimonios de la época coinciden al describir a aquel Duchamp como un hombre saludable y jovial, aunque su edad, 76 anos, no pareciera ya la más adecuada para jugar con chicas desnudas. La foto, en efecto, tiene obvias implicaciones eróticas, situados como están los jugadores delante de una réplica de La mariee mise a nu par ses celibataires, meme, que habia elaborado Ulf Linde ante la imposibilidad de que el vidrio original pudiera trasladarse desde el Museo de Filadelfia hasta Pasadena.
Sabemos en realidad que la foto forma parte de una inocente performance preparada por el fotógrafo Julian Wasser con la complicidad de Walter Hopps, comisario de la exposicion de Pasadena, y de una amiga de éste, Eve Babitz, que accedió a posar para ésa y para algunas otras tomas (como la que muestra a Duchamp fumando un puro junto a su Fuente con la muchacha al fondo). No consta quien ganó aquella partida o si llego a terminarse siquiera, pero sí nos han contado que casi todos parecian estar algo nerviosos. Eve se mostró aliviada cuando supo que en la fotografía seleccionada por Wasser para la publicación, el pelo caia sobre el lado derecho de su rostro, tapándolo por completo. Las contraposiciones de la obra eran, así, completas: un hombre mayor, vestido de negro, con la cara descubierta, juega al ajedrez con una mujer joven y desnuda, de piel muy blanca, y en cuya cabeza sólo se percibe una lisa melena negra. Distanciamiento y "belleza de indiferencia", por utilizar la propia formulación duchampiana. El artista mira las piezas del ajedrez cuyos ecos formales evidentes se hallan en los moldes malicos y en el molino de chocolate de la maquinaria soltera, muy visibles al fondo; el cuerpo de Eve Babitz, por su parte, remite a la "via lactea carne", colgada en la parte más elevada del Gran vidrio, en el vértice superior de un triángulo perfecto cuyas esquinas inferiores están constituidas por los asientos de ambos jugadores. El azaroso mecanismo amoroso de la creación duchampiana se proyectaba así sobre la vida real, testimoniada por el documento fotográfico. En ese primer plano, con la esqueletizada y metafisica obra de arte al fondo, la novia ha sido desnudada ya por su(s) soltero(s), y bien podría adivinarse que el juego va muy adelantado. No está lejos el final feliz.
Sabemos en realidad que la foto forma parte de una inocente performance preparada por el fotógrafo Julian Wasser con la complicidad de Walter Hopps, comisario de la exposicion de Pasadena, y de una amiga de éste, Eve Babitz, que accedió a posar para ésa y para algunas otras tomas (como la que muestra a Duchamp fumando un puro junto a su Fuente con la muchacha al fondo). No consta quien ganó aquella partida o si llego a terminarse siquiera, pero sí nos han contado que casi todos parecian estar algo nerviosos. Eve se mostró aliviada cuando supo que en la fotografía seleccionada por Wasser para la publicación, el pelo caia sobre el lado derecho de su rostro, tapándolo por completo. Las contraposiciones de la obra eran, así, completas: un hombre mayor, vestido de negro, con la cara descubierta, juega al ajedrez con una mujer joven y desnuda, de piel muy blanca, y en cuya cabeza sólo se percibe una lisa melena negra. Distanciamiento y "belleza de indiferencia", por utilizar la propia formulación duchampiana. El artista mira las piezas del ajedrez cuyos ecos formales evidentes se hallan en los moldes malicos y en el molino de chocolate de la maquinaria soltera, muy visibles al fondo; el cuerpo de Eve Babitz, por su parte, remite a la "via lactea carne", colgada en la parte más elevada del Gran vidrio, en el vértice superior de un triángulo perfecto cuyas esquinas inferiores están constituidas por los asientos de ambos jugadores. El azaroso mecanismo amoroso de la creación duchampiana se proyectaba así sobre la vida real, testimoniada por el documento fotográfico. En ese primer plano, con la esqueletizada y metafisica obra de arte al fondo, la novia ha sido desnudada ya por su(s) soltero(s), y bien podría adivinarse que el juego va muy adelantado. No está lejos el final feliz.
(Información sacada de un texto de Juan Antonio Ramírez en enero de 2002)
Yo, como soy algo travieso, sí que os muestro una instantánea en la que sí que aparece el rostro de la vergonzosa modelo ajedrecista. Esta imagen siempre me ha llamado mucho la atención -por lo surrealista que hay en ella- y, de hecho, le ofrecí un modesto homenaje en una de mis narraciones cortas, La musa. Espero que os guste...
3 comentarios:
Sabiendo quién fue Duchamp, preguntarse quién pudo ganar la partida en cuestión resulta ocioso, ¿no? ;-)
Ya sabes que Duchamp era un magnífico jugador aunque, en mi opinión, pésimo artista jeje. Si la partida no fue un posado de piezas seguro que ganó, pero esto ya es otra historia...
Representó a Francia en la tira de olimpiadas...
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