lunes, 18 de julio de 2011

El genio del ajedrez: Pablo Morphy

Francesc Domenche, presidente del Torrenegra y adicto seguidor de la extinta publicación ajedrecística ¡Ja!.. ¡¡Qué mate!!, me consiguió un libro antiguo sobre la figura del efímero pero genial ajedrecista norteamericano Paul (Pablo) Morphy.
Se trata de una antigua selección de 90 partidas, en su mayoría ganadas por Morphy, que realizaron en 1961 para la editorial Sopena Argentina Valentín Fernández Coria y Luis Palau. Por sí solas, las partidas ya merecen un repaso concienzudo ya que son ejemplares en cuanto al concepto de abrir el juego para dejar en evidencia las debilidades de la posición enemiga.
No obstante, debo confesar que lo que realmente me atrajo del libro fueron los comentarios de las partidas, no por el nivel mostrado -de los que no dudaré siendo un simple aficionado- sino por la calidad, hoy perdida, de la prosa desplegada por los autores. Bueno, prosa pero poética, casi decimonónica. Hoy en día ya no se escriben libros así.
Para muestra, un botón acerca del concepto de "genio" extraído de la página 6 de la introducción:

Sin pretender ser originales, pensamos que el genio es la resultante de una feliz combinación de inteligencias preclaras de antepasados, algo así como la conciencia de las notas que forman un harmonioso acorde. Llega al mundo pertrechado de madurez cerebral, con los atributos del intelecto depurados en potencia, como semillas seleccionadas y plantadas en su ser que brotan al primer contacto con el ambiente propicio. Herencia inapreciable que substituye con ventaja al trabajo tenaz, a la sesuda meditación, al estudio agotador. El genio tiene rapidez de visión, perspicacia y hondura, como consecuencia de aquella selección largamente tamizada a través de sucesivas generaciones, que trae al mundo sin haberlas conquistado. El genio es, en fin, una de las tantas injusticias que comete la naturaleza, pero no por eso menos grande ni menos digno de admiración.

¿Cómo no extasiarse con estas palabras? Cuánta sabiduria contienen. ¡Cuántas veces mi sesuda meditación y mi tenaz trabajo no han sucumbido inútiles ante una naturaleza superior! Hoy... me siento un poco Salieri.

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