No sé si es por el carácter del ajedrecista o, simplemente, por la mera naturaleza humana que tendemos a dar lecciones a los demás sobre lo que deben o no deben decir. Y nos regodeamos allí, en nuestra pulcra e intelectualoide torre de marfil, divisando al resto de mortales y creyéndonos mejores que ellos.
A veces eso sucede porque uno juega bastante bien al ajedrez y cree que eso se traduce a todo, a veces porque tiene estudios y cree que eso supone la piedra filosofal, a veces porque juega bien y tiene estudios, otras veces vete a saber por qué.
Y que conste que escribiendo esto, cual paradoja, caigo en mi propia trampa, porque también me he puesto a dar lecciones.
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