Bob y el barón volvían a enfrentarse en una partida de ajedrez. La última vez había vencido el barón con gran autoridad por lo que Bob decidió cambiar radicalmente su estrategia y abrió el juego avanzando el peón de torre dama tres casillas. El barón arqueó levemente una ceja, como si no esperara semejante jugada, e hizo saltar la dama por encima de sus peones hasta la casilla e6. Esbozó una amplia sonrisa de satisfacción y anunció “jaque” con voz grave y solemne. Bob frunció el ceño, clavó sus codos en la mesa y, tras unos minutos de tensa espera, volvió a desplazar tres casillas su peón de torre más avanzado y lo depositó al lado de la torre adversaria, en la esquina del tablero. El barón ya esperaba semejante movimiento y, a gran velocidad, capturó el monarca enemigo con la dama. Bob no pestañeó y, agarrando nuevamente su peón de torre, lo situó en una imaginaria novena fila y cantó gol a pleno pulmón mientras se levantaba de su silla y arrojaba la camiseta al público. El barón, visiblemente irritado, tiró al suelo todas las piezas de un manotazo y, cabizbajo, comenzó a cavilar qué demonios había podido fallar.
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